Cómo se fue gestando el catolicismo en Rosario, sobre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, una ciudad considerada en sus inicios la menos cristiana, la más peligrosa, la “más descreída”, lo aborda la doctora María Pía Martín.

Miembro del instituto de Investigaciones Socio-Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR), doctora en Historia por la UNR, María Pía Martín se dedica al estudio de la historia del catolicismo en la Argentina y sus intereses se orientan al cruce entre Iglesia, cuestiones social y obrera y ciudadanía. En los últimos años profundizó el abordaje de estas problemáticas en la historia de Rosario y su región, en particular respecto de la política, la religiosidad y las representaciones sobre la ciudad.

De 1924 al 1943 suceden cambios en el lugar que ocupan la Iglesia y los católicos dentro del espacio municipal. Para comprender esto hay que ir un poco más atrás” señala Martín, haciendo referencia a los orígenes de Rosario, “una ciudad que a diferencia de otras no tiene fundador, ni tiene una fuerte tradición colonial. Por su parte, la Iglesia Católica está vinculada al mito que sostiene que la ciudad surgió en torno a una capilla en la que se veneraba la imagen de la Virgen del Rosario. En términos generales, en las narraciones más tradicionales sobre la historia local no hay tensión en esto”.

Rosario, Municipalidad y Catedral. Postal Antigua. Gentileza Investigadora.

Siguiendo el relato, Martín señala que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, Rosario comenzó a crecer muy aceleradamente, convirtiéndose en una gran receptora de inmigración. Al mismo tiempo, entre las élites intelectuales predominaba una cultura laicista, debido a la presencia del liberalismo, la masonería, el libre pensamiento; lo religioso no era un componente significativo en la identidad ciudadana, lo cual se expresaba en la prensa de la época y en los escritos de los grupos intelectuales”.

La investigadora indica, respecto de las clases populares “Tampoco estaban muy asociadas a la acción de la Iglesia, cuyo desarrollo era bastante precario. El primer obispo de Santa Fe, a comienzos de 1900, empezó a impulsar políticas promoviendo la instalación de congregaciones religiosas con el objeto de catolizar la región y puntualmente a Rosario, que crecía en forma acelerada. Allí se difundían ideologías como el anarquismo y el socialismo entre las clases trabajadoras. Por este motivo, en sentido ideológico, Rosario era vista como una ciudad peligrosa para la Iglesia por la circulación de ideas poco permeables a la catolicidad”.

“A principios del siglo XX se percibía una ciudad que era la menos cristiana, la más peligrosa, la “más descreída”, una expresión que utilizaba un periódico católico de la época” señala Martín.

La fundación del Círculo Católico de obreros de Rosario, a fines del siglo XIX, según Martín “es un hecho muy importante para entender cómo se fue formando una élite católica en la ciudad que incluía extranjeros de ingreso temprano, aunque luego se integraron inmigrantes del periodo masivo, más tardíos, que consiguieron ascenso e inserción en los medios políticos y sociales gracias a su militancia y a sus vínculos con la Iglesia. En las dos primeras décadas del siglo XX hubo un interés del Círculo por insertarse en los barrios, instalar su presencia en los ámbitos populares y realizar actividades que permitieran transformar la cultura de esas clases, catolizarlas”.

“En ese momento, se seguía sosteniendo un discurso que presentaba a Rosario como una ciudad anticlerical y donde sólo interesaba lo económico, pero al mismo tiempo la Iglesia empezó a adoptar una perspectiva quelegitimaba el crecimiento y la modernización económica y política -mirada que compartía con los rosarinos en general- es decir, “Rosario era la hija de su propio esfuerzo, crecía con rapidez, era próspera y progresista”. Entonces, a partir de esa fusión, la idea que surgió y se instaló desde la primera década del siglo XX era que a ese progreso debía corresponder un obispado, una Iglesia que estuviera consolidada, una catedral digna de su expansión comercial, de su modernización” señala Martín.

Intento fallido

En 1908 surgió un proyecto para crear un obispado en Rosario que iba a provocar una resistencia muy fuerte en la prensa y en sectores del ámbito cultural, político e intelectual, que finalmente lograron frenar la iniciativa. “Lo que está marcando este hecho es el peso de la cultura laicista. Se sostenía que en lugar de subsidiar a la Iglesia, el Estado debía invertir en educación y mejorar las condiciones de vida de los pobres, en eso confluían los grupos liberales, socialistas, algunos ideólogos vinculados al anarquismo y al libre pensamiento. Esto muestra que en 1908 todavía las posibilidades del catolicismo eran bastante limitadas” indica Martín.

“Rosario, que no tenía fecha de fundación, quería afirmar la idea de la gran ciudad, de la segunda ciudad de la república, y necesitaba convalidarse teniendo un día para celebrar su origen” cuenta Martín y añade que uno de los años que se contemplaba en relación a los orígenes de Rosario era 1725, entonces entre 1924 y 1925 se instaló esta discusión, en cierta forma promovida por el diario La Capital, que buscaba definir un día.

La investigadora señala que durante más de un año, La Capital publicó las distintas posiciones existentes sobre el tema, que también se debatieron en el Concejo municipal. “La fecha que se terminó acordando, casi sin discusión -y en la que confluyeron todos-, fue el 7 de octubre, que es el día de la Virgen del Rosario. En esa ocasión no solo no provocó debate el tema de elegir el día de la Virgen, sino que fue un punto de consenso, que consagraba cierto sentido común, y se puede observar que, en el Consejo, en el ámbito político y en la prensa, los mismos sectores que estuvieron en contra de la creación del obispado en 1908, ahora convalidaban esta iniciativa. Su impulsor fue Antonio Cafferata, un concejal católico, que era una figura fuerte del catolicismo, había sido presidente del Círculo católico de obreros de Rosario y director del diario La Verdad, ambos durante aquel año del conflicto, y desde ese lugar había promovido la creación del obispado” indica Martín.

La Iglesia gana terreno

“En el periodo que se desarrolla desde mediados de la década de 1920 a comienzos de la década de 1940 la Iglesia consigue lograr un lugar y tiene una creciente presencia en Rosario. Se trata precisamente de una época donde las celebraciones religiosas adquirieron gran relieve, buscaban movilizar a las masas y ocupar el espacio público” explica la investigadora.

Catedral. Fotografía: gentileza investigadora.

“A partir de mediados del 1920, una serie de iniciativas fueron reforzando y dando solidez a la presencia de la Iglesia como institución a nivel local. El primer obispo de Rosario fue Antonio Caggiano, quien asumió en el año 1935, pero ya antes de esa fecha le preocupaba promover la devoción a la Virgen del Rosario como patrona de la ciudad. Este propósito terminó de cristalizar una vez designado obispo y, sobre todo, con la coronación de la Virgen en 1941” señala Martín y amplía “En 1924 Caggiano había impulsado también la construcción del camarín de la Virgen en la catedral actual. Ésta fue una oportunidad para que la más rancia elite local se involucrara en la organización y financiamiento del evento, sumando a todos los dirigentes políticos, amigos y enemigos de ayer y hoy. En torno a esa obra la Iglesia católica logró asociar a las elites en la construcción de una institucionalidad que ganaba centralidad respecto de la identidad local”.

Por otro lado, Martín indica que con los gobiernos conservadores que ingresaron después de 1935 se multiplicaron los actos de la Acción Católica. Se trataba de fechas donde la Iglesia movilizaba a sus laicos en manifestaciones públicas y procesiones, las cuales lograban concurrencias masivas.

No obstante “El culto de la Virgen del Rosario revela un componente secular: aunque la iglesia logró introducir el mito de los primeros relatos sobre sus orígenes, es decir, pudo legitimarlo y legitimarse dentro de la historia de la ciudad, ese culto no fue puramente religioso, tuvo más que ver con una especie de identidad secular que construyeron las elites políticas, culturales, intelectuales y católicas, debido a aquella necesidad de construir una imagen de la ciudad progresista que ahora sí, entre el `20 y el `40, estaría enlazada con algunas cuestiones propias de la identidad católica” concluye Martín.