Película propuesta por Agustina Mosso.
Nos reunimos a conversar sobre la película el martes 19 de mayo, 19 horas, en Zoom:

https://us02web.zoom.us/j/88552971023

 

 

 

 

 

 

 

 

Descargar la película: https://mega.nz/file/mMlH2YzQ#HB10klFiYnuW4OKRimiQjex78EAvYVtp4WOWlRky2p0

Ver película online: https://www.youtube.com/watch?v=SWFy_IVXjys

Año: 2017
Director: Lucrecia Martel
Género: Drama
País: Argentina-España-Francia-México-Brasil-Estados Unidos-Países Bajos (Holanda)
Reparto: Daniel Giménez Cacho, Matheus Nachtergaele, Juan Minujín, Lola Dueñas, Rafael Spregelburd, Daniel Veronese, Vando Villamil
Sinopsis: Narra la historia de Don Diego de Zama, un oficial español del siglo XVII asentado en Asunción que espera su transferencia a Buenos Aires. Es un hombre que espera ser reconocido por sus méritos. Pero en los años de espera pierde todo. Basada en la novela existencial de Antonio Di Benedetto escrita en 1956.

Don Diego de Zama mirando al horizonte, mirando a sus interlocutores como quien mira a un paisaje de apariencia inmutable. La mirada perdida en un espacio dilatado, el tiempo que parece que no pasa mientras los micro cambios se suceden al ritmo que la progresiva aparición de las ruinas nos indican el desmoronamiento de una época, de un sistema, de unos valores y por consiguiente el desplome interior de sus moradores.

Lucrecia Martel cambia su habitual foco sobre personajes femeninos y posa su mirada en un hombre cuyo sistema de vida se tambalea progresivamente. Lo que no cambia, sin embargo, es el habitual gusto por la languidez, por esa permanente sensación de cansancio y hastío vital siempre mostrado con una óptica, paradójicamente, de belleza inapelable. La decadencia, la herrumbre y el caos vital no necesitan de oscuridad en la visión de la directora argentina que, precisamente usa la belleza contextual como un todo inalterable que hace resaltar la podredumbre restante por contraste. Zama es un film sobre el tiempo y las esperas, sobre los deseos y las incapacidades de alcanzarlos. Una construcción que se fundamenta precisamente en el derrumbe y que nos interpela constantemente, a través del paso del tiempo, sobre la lucha que supone el sobrevivir en un medio conocido que, sin saber muy bien cómo, va desapareciendo inexorablemente.

La burocracia, la lentitud de los procedimientos, la sensualidad lánguida y sudorosa, el pulso sexual no satisfecho… no son más que elementos comunes que se suceden sin aparente orden ni concierto, como las elipsis temporales, como las noches y días tan parecidos entre sí. Un tiempo y un espacio que se dibujan casi como no-lugares espacio temporales donde nada parece moverse, donde el reloj parece estar congelado y la existencia queda contenida en un mundo interior que nunca termina por expulsar los vapores de la emoción.

La vida de Don Diego de Zama es la crónica de un sinsentido, de una búsqueda perpetua de algo inalcanzable. El regreso frustrado, el interés sexual, la caza del forajido, no son más que puntos de fuga a una existencia vista como epicentro de un mundo que no deja de girar alrededor y que no ofrece más que frustración y ahogo.

En el fondo estamos ante una obra que, a pesar de su querencia por los espacios abiertos, no deja de ser claustrofóbica y que dibuja espacios naturales abiertos siempre limitados por la infinitez de sus fronteras. Zama es (a su manera) la historia de un Conde de Montecristo buscando la forma de huir de su prisión existencial. Un plan de fuga frustrante al estar encerrado en una cárcel cuyos barrotes no pueden ser vistos, olidos, palpados. Es la cárcel de la propia existencia, de la vida insubstancial, de la infelicidad como bandera. Una metáfora si se quiere, ya que, al fin y al cabo, Don Diego de Zama es solo un hombre, pero también un símbolo de una época, de una forma de existencia al borde del colapso.

 

Algunos premios (2017)

*Premios Goya: Nominada a mejor película hispanoamericana

*10 Premios Sur: incluyendo mejor película, director y actor. 11 nominaciones

*Premios Ariel: Nominada a Mejor película iberoamericana

*Festival de Venecia: Sección oficial (fuera de concurso)

*Festival de La Habana: Mejor dirección, dirección artística, sonido, FIPRESCI

*Festival de Sevilla: Premio Especial del Jurado (Mención especial)

Sobre una novela para muchos/as “infilmable”, Martel elabora una película brillante. Zama es un viaje de la palabra que se propaga y desorienta en el espacio; el grito, los susurros, el secreto, los lamentos que se desprenden de la quietud de los cuerpos, su eco, los dialectos, las desarticulaciones de los niños, el mutismo de una esclava negra…

Los diálogos delirantes que se repiten, las cartas, y hacia el final, la palabra ahorcada cuando un caballo destroza la garganta de aquél que se disponía a confesarla. En ese sentido Lucrecia Martel concibe la película; antes en la sonoridad que en la imagen. El sonido aporta a los vocablos, en su articulación, los lenguajes y los acentos. Las voces atraviesan reverberaciones, rumorean y se alzan como imperios. La palabra en Zama es un límite del mundo; el material de otro lenguaje: el de la incertidumbre. El procedimiento que ejerce Martel para poner en duda las imágenes es el de su auscultación radical; una plasticidad mutua entre sonido e imagen que, a diferencia del resto de sus películas, aquí ocurre con menor mesura, como si hubiera algo que demostrar.

Eso que debe ser puesto a la vista de todos los espectadores es lo inhabitual. El desajuste perceptual de don Diego de Zama que deriva en una espera asfixiante que lo lleva a un estado límite: su capacidad de entendimiento y medida de lo que sucede lo rebasa y lo convierte en el primer foráneo de sí mismo. Tal vez antes habría que precisar una noción que encuentro central en cualquier filme: el habitar; que se refiere a lo que surge entre el sujeto y el entorno. No la suma de ambos sino lo que inaugura su relación. Se trata de eso que da vida y organicidad, lo que sale de los estereotipos utilitarios del relato para formularse como acontecimiento. En Zama este habitar es trabajado en su dislocación: las casas se muestran confusas (no hay interiores claros ni espacios bien definidos), todos los elementos incomodan (el calor, las pelucas. «Las casas me ahogan, prefiero el rio», dice Luciana), los propios hogares son desmantelados como si no tuvieran la capacidad de sostenerse y permanecer (la mudanza forzada de Diego de Zama). Siempre da la impresión de que los atisbos de lugares mostrados insinúan regiones completas a las que Zama no puede acceder, de modo que su pensamiento es variado al lugar en que se encuentra (¿qué es una brújula ante la vastedad de un continente?).

Hay, además, en el desliz de la atmósfera al respecto de la realidad, una serie de anomalías que no son sino relaciones dispuestas en modos divergentes. Los espacios parecen multiplicarse, ramificarse y abrirse con la aparición de ventanas, cortinas y pasillos; los cuerpos dan muestra del tiempo con sus marcas, su cansancio, sus bronceados y su pesadez, a pesar de dar la sensación de que ningún cuerpo pertenece a nadie (algo fantasmal) que destella en las miradas que siempre transmiten una transparencia de un mundo que florece en las cavidades interiores de los ojos. Cuando pensamos que todo en Zama podría no ser más que una relativización total de las cosas, caemos en la cuenta que lo que siempre estuvo en duda fue nuestra mirada misma. Una que no hace figuras en el aire, sino que su desorientación nace de la inercia misma del filme. El ejemplo preciso ocurre cuando un puñado de indios burla entre la hierba al grupo de hombres —entre los que se encuentra Zama, que busca a toda costa a Vicuña Porto—, galopando entre caballos y dispersándolos con cuerdas que los sujetan de sus extremidades. La estrategia de los indios es el secreto, pero tal como Lucrecia Martel nos lo presenta, parece un acto mágico frente a nuestros ojos, incomprensible. Como si los nativos se teletransportaran y confundieran la geografía en la mente de los conquistadores.

Lo que salva la película de caer en un idealismo vaciado de contenido, es la fuerza gravitatoria de su materia. Las imágenes vibran y se cimbran ante los sonidos, los objetos inefables y los paisajes con parpadeos al oeste de John Ford. Hay en ese vínculo un lenguaje de los territorios y los mapas, de la conquista de los parajes inconquistables, que mientras en el cine del norteamericano se asumen a la comunidad, en Zama recaen en la incapacidad de un hombre para ser poseído por el lugar en que está, pues es el solitario de un deseo que no pertenece a nadie más que a sí mismo: fundar su vida, su nación personalísima. Podemos ver que la tesitura de don Diego es una languidez que lo oprime en la quietud de alguien que no sabe cómo actuar frente a un mundo en el que todos viajan menos Zama.

El interés de Zama es la intersección de la contemplación de don Diego, su entorno y nuestra mirada; una confluencia que superpone tres realidades y las hace estallar en una experiencia inestable, desbocada. Al final, Zama parece estar condenado a seguir esperando, esta vez, a la misma muerte. Es una película que representa uno de los sentidos del cine: el de diferir de la realidad, dejando en suspenso el origen de esa diferencia y su verdad inexistente.

Lucrecia Martel otorgó un lugar firme a las mujeres en la cinematografía latinoamericana. Para muchos, sucesora de María Luisa Bemberg y Lita Stantic (directoras de cine y guionistas argentinas), junto a Albertina Carri, es una productora de cine que supo instalar temas y tratamientos nuevos, compartir estéticas novedosas y ser disruptivas y cuestionadoras de cánones tradicionales.

Bibliografía:

*Dlugi, C. y Gallego, R. (2019) Mujeres, cámara, acción. Empoderamiento y feminismo en el cine argentino. Ediciones continente.

https://www.cinemaldito.com/zama-lucrecia-martel/; http://tv.cine.ar/movie/10723/

http://correspondenciascine.com/2017/12/zama-de-lucrecia-martel/