Por Diego Mauro.
Publicado por Revista Anfibia:
http://revistaanfibia.com/ensayo/una-respuesta-religiosa/
Junio de 2020.

Durante la pandemia nos enfrentamos todos los días al abismo de la finitud. Frente a ella hay quienes encuentran refugio en la fe de un sentido último de la vida y la muerte. No son pocos: ocho de cada diez argentinos y argentinas creen en dios o en entidades sobrenaturales. ¿Cómo opera la lógica religiosa en estas circunstancias? ¿El COVID-19 profundizará o debilitará la fe? El historiador Diego Mauro escribe sobre el lugar de las religiones en estos tiempos y señala: “las supuestas contradicciones entre ciencia y religión está mucho más presente entre nosotros, los científicos sociales, y los ateos, que en los creyentes y devotos”.
Ni siquiera se puede imaginar lo poderosa que es la religión. […]
Son capaces de dar sentido a cualquier cosa: un sentido a la vida humana, por ejemplo.
Jacques Lacan, Roma, 1974
En los últimos meses las religiones han estado en el centro del debate público debido al peligro epidemiológico que generan las aglomeraciones de fieles. En el mundo evangélico de Brasil, por ejemplo, hubo posturas muy variadas, desde aquellas iglesias que decidieron cerrar sus templos y ofrecerlos a la sanidad pública, hasta las que se rehusaron a cumplir medidas mínimas de distanciamiento social y continuaron con sus servicios religiosos habituales. En Argentina también se dio el debate pero en menor escala. La mayoría de los evangélicos, al igual que los católicos, los musulmanes y los judíos, se sumaron a la campaña a favor de una cuarentena social impulsada desde el Estado, con la esperanza de reducir la velocidad de los contagios. La Iglesia católica por primera celebró la Semana Santa de manera virtual, tal como ocurre con los cultos evangélicos en muchas iglesias. Y cuando hubo excepciones, se orientaron a asegurar las medidas de aislamiento. Por ejemplo, se permitió a los judíos ortodoxos realizarse sus baños rituales bajo estrictos protocolos de seguridad sanitaria. Incluso fueron los propios rabinos y autoridades religiosas las que salieron a condenar la violación de las medidas de aislamiento en casos de flagrante incumplimiento, como ocurrió recientemente durante una fiesta de casamiento en la ciudad de Buenos Aires. Por otro lado, está claro que la cuarentena no puede desenvolverse igual en los templos de las periferias urbanas, donde las medidas de aislamiento se enfrentan a un abanico de carencias y necesidades mucho mayores. Allí las iglesias cumplen funciones sociales muchas veces esenciales. algo que se discutió en los diversos encuentros que tanto curas católicos como pastores evangélicos mantuvieron con el presidente Alberto Fernández.
En este artículo, no obstante, me interesa centrarme en otra dimensión de lo religioso: ¿qué ocurre con la fe en estos contextos? ¿Qué cosas aporta el discurso religioso a los fieles? ¿Qué ofrecen las religiones para enfrentarla enfermedad y la muerte? ¿Una pandemia como la que estamos viviendo fortalece o debilita la fe? ¿En qué medida la transforma, la modifica o la reconfigura?
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A la hora de tratar de definir la religión el campo de los especialistas suele dividirse entre quienes proponen una noción restringida –que resalta la fe en entidades sobrenaturales– y quienes dilatan las fronteras del concepto para incluir a cualquier sistema de creencias que intente brindar un horizonte de trascendencia. En los últimos años, sobre todo desde la antropología, se ha insistido en los límites de la idea de sistema, dado el carácter contradictorio y fragmentario de la “religión vivida”, y desde la teorías poscoloniales se ha puesto en entredicho la categoría misma de religión. Un debate largo y complejo que, por el momento, nos vamos a saltear. Entonces, ¿podemos o no hablar de religiones y de perspectiva religiosa?
En mi opinión, la categoría sigue siendo útil para dar cuenta de una forma de posicionarse frente al mundo basada en una certeza primordial, anterior a las religiones propiamente dichas: la fe en la existencia de un sentido último de la vida y la muerte. Este sentido puede ser incomprensible o estar incluso totalmente velado, pero lo que importa es la afirmación de su existencia. Es esa creencia de base, anterior a todo “sistema”, la que da lugar a una mirada religiosa del mundo. E implica que hombres y mujeres –y según las diferentes ontologías también otros seres y entes– no son un accidente evolutivo y aleatorio en el cosmos sino los partícipes de una historia trascendente y una trama de sentido metafísico.
Los diferentes administradores de lo sagrado y las diversas instituciones religiosas dicen conocer el argumento de esa historia y proponen reglas y normas pero, como se ve, lo esencial de la perspectiva religiosa no es la creencia en tal o cual divinidad o la adhesión a un determinado conjunto de valores, sino la fe en la existencia de la trama misma y del sentido último de las cosas. En la vereda de enfrente, la tesis de la muerte de dios afirma lo contrario: no hay sentidos trascendentes, no hay destino. Hay, en todo caso, seres creyendo que lo hay o creándose proyectos individuales y colectivos más o menos significativos pero de naturaleza necesariamente terrenal.
Frente a la pandemia circularon en las últimas semanas distintas explicaciones. Para el patriarca de la iglesia ortodoxa de Kiev, por ejemplo, la culpa sería de los homosexuales y, sobre todo, de los Estados que han sancionado leyes como la del matrimonio igualitario. La peste, dicho mal y pronto, sería una consecuencia de la ira de dios. Algo menos extremistas en sus juicios, sectores del evangelismo brasileño hablan de un plan del diablo para alejar a los fieles de los templos y de Jesús. Para otros cristianos, ubicados en el arco ideológico lejos de los anteriores, se trataría de un recordatorio de la hermandad de los seres humanos y de la necesidad de cambiar el rumbo económico y social: “En esta barca estamos todos“, señaló el Papa Francisco pocas semanas atrás. Como en cualquier crisis de gravedad, están también quienes reconocen señales de un final más o menos inminente y apocalíptico. Es la estela de los milenarismos que se han repetido en el mundo cristiano desde hace siglos.
Desde el punto de vista de la lógica religiosa, sin embargo, lo fundamental no es el contenido de las visiones sino la hipótesis que las vuelve posibles: la fe en un sentido último. Todas ellas arremeten contra la incertidumbre y producen cartografías y mapas para orientarse en la crisis a una escala industrial. Su funcionalidad, en este sentido, no es diferente a la de las diversas teorías conspirativas que circulan en la redes sociales en estos días, responsabilizando a tales o cuales élites económicas y políticas y/o pequeños grupos de poderosos en las sombras. Frente a la incertidumbre y el miedo, cualquier certeza, incluso las más terribles–como la idea de un castigo de dios– consiguen fieles al por mayor y cotizan al alza.
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