Todos hemos visto o conocemos al menos Star Wars. Uno de los emblemas de la cultura de masas de nuestro tiempo. Aunque me gusta mucho el cine de ciencia ficción debo confesar que no soy un ferviente amante y seguidor de la saga.
 
Sin embargo, estos días recordé varias veces algo que el maestro Yoda le dice a Luke Skywalker durante su entrenamiento para convertirse en Jedi: no lo intentes, hazlo o no, pero no lo intentes.
 
En la escena, Luke se da vuelta y lo mira un tanto desconcertado pero luego comprende el sentido de las palabras del maestro.  Afortunadamente en muchos aspectos de la vida alcanza con intentarlo, pero qué pasa cuando hablamos de economía.
 
¿Alcanzan las buenas intenciones y los proyectos mientras los problemas persisten? ¿Sirve de algo intentar si de lo que se trata es de poner en marcha políticas económicas concretas? Volviendo a Star Wars, ¿qué puede enseñarnos el maestro Yoda para encarar los desafíos económicos que vienen?
 
Aplanar la curva y tapar la grieta
El gobierno de Cambiemos dejó la economía en un estado calamitoso, con una inflación altísima,  una profunda recesión y un endeudamiento externo exorbitante.
 
En los hechos, dejó al país en default. Alberto Fernández asumió en diciembre de 2019 en un contexto extremadamente difícil y no sólo por la pesada herencia económica, semejante en ciertos aspectos a la recibida por Raúl Alfonsín en 1983.
 
También porque, a pesar de la desastrosa gestión encabezada por Mauricio Macri, su coalición electoral obtuvo un 40% de los votos. Un resultado sólo explicable  por el elevado nivel de polarización (la famosa grieta) y, más de fondo, por una transformación cultural de largo plazo que ha vuelto al país más tolerable a la desigualdad y a la pobreza.
 
Al punto incluso que, como sugiere la investigadora Paula Canelo, las ha convertido en objetivos deseados por una parte de la sociedad. En este contexto complicado, cuando el gobierno comenzaba a renegociar la deuda e insinuar algunas medidas, el Covid-19 llegó para echar por la borda toda planificación.
 
Ante el desafío, el gobierno puso entre paréntesis sus planes y optó por impulsar una política de aislamiento social, preventivo y obligatorio con el objetivo de ganar tiempo y mejorar las capacidades de atención de un sistema de salud desfinanciado y en crisis.
 
Una medida, cuyos buenos resultados en comparación con otros países del mundo y la región, le granjearon el reconocimiento y el apoyo de una buena parte de la población.
 
Apoyado en dicho logro, Alberto Fernández ha apostado desde entonces por disminuir la polarización, consciente de que es mayormente funcional a la oposición.
 
Por supuesto, como plantea Canelo, la grieta no es solo un emergente  coyuntural sino que tiene causas sociales y culturales mucho más profundas y difíciles de revertir. Moderar su impacto en la vida política, por tanto, dista mucho de ser algo sencillo, pero Fernández se ha propuesto lograrlo.
 
Sus discursos e intervenciones así como sus referencias históricas van precisamente en esa dirección. Limitar la polarización para debilitar uno de los pocos activos que todavía cotiza al alza en el electorado de Cambiemos.
 
Los anuncios del gobierno con presencia de la oposición (en posiciones de gobierno) parecen diseñados precisamente para tapar la grieta.  El reciente acto del 9 de julio también.
 
El establishment mediático opositor ha comprendido rápidamente el peligro que dicha estrategia supone para la cohesión y supervivencia de la oposición.
 
Por ende no ha tardado en salir, a veces con sorprendente torpeza, a contrarrestarla, buscando en la retórica del presidente y sus principales funcionaros y funcionarias cualquier traspié  que permita reforzar la grieta. Por ahora, lo ha logrado solo a medias.  Punto a favor a del gobierno.
 
Políticas económicas de probada eficacia
El impacto de la pandemia sobre una economía deprimida como la de Argentina va a generar en breve conflictos crecientes y escenarios de zozobra.
 
Para enfrentarlos, el gobierno debe tomar en el corto plazo medidas más audaces que no se limiten a generar estímulos al consumo y que doten al Estado de resortes indispensables para encarar los desafíos por venir.
 
El impuesto a las grandes fortunas va en esa dirección pero no será suficiente.  Habrá que avanzar también con una reforma tributaria más amplia y con el establecimiento de mayores controles sobre las divisas generadas por el sector agroexportador de modo de contener las presiones especulativas sobre el tipo de cambio.
 
La intervención del gobierno en la quiebra de la empresa Vicentin puede ser un primer paso para lograrlo. De momento, sin embargo, las idas y venidas al respecto han generado malestar en algunos de sus simpatizantes y, peor aún, la activación de la oposición.
 
En este aspecto, por ahora, todos costos y ninguna ganancia.  Dichas demostraciones se han visto además amplificadas en algunas ciudades por la movilización de los sectores que rechazan la cuarentena, a veces en nombre de ideas delirantes pero a veces también, es preciso no perderlo de vista, en nombre de la penuria económica que atraviesan determinadas actividades.
 
Nada de lo que debe hacer el gobierno es fácil, pero, esas dificultades no hacen menos necesarias ni aplazables las reformas mencionadas.
 
Por otro lado, cabe recordarlo, lejos de los desvaríos que se han escuchado en las últimas semanas por parte de algunos sectores de la oposición política y mediática, se trata de políticas económicas de probada eficacia que en los años cincuenta y sesenta constituían el sentido común en buena parte del mundo capitalista. Nada estrafalario, nada nuevo bajo el sol.
 
No alcanza sólo con intentar
La precariedad de la economía argentina vuelve extremadamente difícil y arriesgado cualquier movimiento. No obstante, sin abandonar la prudencia, la posibilidad de avanzar con una agenda de cambio moderadamente estructural parece hoy en día más viable que hace un año atrás.
 
Una oportunidad que no debería dejarse pasar.
 
En Europa se está discutiendo la nacionalización de algunas empresas y no ya el otorgamiento de préstamos irrecuperables como en 2008. Incluso algunos dirigentes políticos neoliberales tanto de signo liberal como conservador han hecho autocrítica.
 
Emmanuel Macron reconoció en Francia que el Estado debía volver a tener una mayor presencia en salud e investigación científica y Ángela Merkel, en Alemania, apoyó públicamente la intervención estatal a empresas en dificultades.
 
En Inglaterra, Boris Johnson, tras superar el Covid-19, ha recordado al presidente Roosevelt y destacado las políticas de intervención estatal que permitieron a Estados Unidos salir de la gran depresión en los años treinta.
 
Ha defendido incluso un impuesto excepcional a la riqueza. Seguramente hay mucho de retórico en estas declaraciones, pero su sola existencia habla a las claras de que la frontera de lo posible en términos de políticas económicas se ha corrido, al menos un poco.
 
Parece por lo tanto el momento justo para que el gobierno argentino avance con firmeza en las iniciativas y proyectos que viene anunciando y que son fundamentales para reconstruir la economía y la sociedad en los próximos años.
 
Cuenta con altos niveles de aceptación popular pero, de nuevo, sería un grave error pensar que ese apoyo va a durar indefinidamente. Cuando se trata de economía, como dice el maestro Yoda, no alcanza solo con intentar.
 
**Investigador del Conicet / Docente UNR