Por Diego Mauro

Publicado en La Vanguardia:
http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2020/08/03/futuros-pasados-economia-y-politica-en-tiempos-de-crisis/

A lo largo del siglo XX, los dos principales cambios de paradigma económico se relacionaron con el impacto de grandes crisis sociales y políticas que generaron profundos descalabros en el capitalismo mundial.  El llamado paradigma keynesiano fue un emergente de la gran depresión de los años treinta, la segunda guerra mundial y el fantasma del comunismo.  A partir de los años setenta, la progresiva expansión de las ideas neoliberales fue igualmente el resultado de una serie de crisis interrelacionadas: el estancamiento de los Estados de Bienestar, la llamada «crisis del petróleo» y, en términos ideológicos y geopolíticos, el progresivo debilitamiento del comunismo y finalmente el colapso de la URSS.  ¿Qué pasa en nuestros días con el COVID-19? ¿Se trata de una crisis comparable a esas anteriores que dieron paso a nuevas coordenadas en materia económica? ¿Estamos frente a una coyuntura capaz de generar nuevas orientaciones por fuera, o por dentro, de la matriz neoliberal? ¿Cómo se dieron los cambios de paradigma a lo largo del siglo XX?

EL ASCENSO KEYNESIANO

El abanico de críticas al liberalismo económico se extendió en las décadas finales del siglo XIX y alimentó una serie de corrientes reformistas que se fortalecieron en paralelo con las tendencias revolucionarias. La socialdemocracia se expandió en Alemania y, en Inglaterra, el llamado «nuevo liberalismo» reconoció que el libre mercado no funcionaba como preveía la economía clásica. En Francia el «solidarismo» defendió formas moderadas de intervención estatal así como mayores regulaciones, y los católicos sociales en Alemania, Italia y Bélgica se movieron en la misma dirección, al igual que el llamado movimiento por el «Evangelio Social», al interior del protestantismo norteamericano. De igual manera, en América Latina, sobre todo en países como Argentina, Uruguay y Chile, surgieron vertientes  reformistas que alentaron cambios políticos y económicos.

Si bien no existía un consenso amplio sobre cuáles debían ser, en concreto, las políticas económicas a desarrollar, las diferentes escuelas y vertientes compartían un diagnóstico crítico sobre el liberalismo económico y las consecuencias sociales del capitalismo y aceptaban, aunque con matices, un cierto intervencionismo estatal orientado a amortiguar las oscilaciones de los mercados y la rápida concentración de la riqueza y el capital. Por supuesto, los niveles crecientes de conflictividad y el temor al anarquismo, el comunismo e identidades revolucionarias propias de aquellas décadas como el anarcocomunismo, fueron fundamentales para el desarrollo de las vías reformistas y para su lenta pero progresiva difusión. Con la revolución rusa, el temor en las clases dominantes creció exponencialmente y en algunos casos cundió el pánico, como dejó en claro la escalada represiva de finales de la década de 1910 y comienzos de la de 1920 en diferentes países del mundo, desde Argentina a Italia, pasando por Alemania o Chile.  Sin embargo, aún en ese contexto, el liberalismo económico siguió siendo el paradigma dominante.

Una década después, la crisis de 1929 y la consecuente gran depresión supusieron un desafío más profundo para sus dogmas. En Estados Unidos la caída de la actividad fue muy acentuada, al igual que en algunos países latinoamericanos como Chile y Cuba. En ese marco, las ideas reformistas desarrolladas en las décadas anteriores comenzaron a ganar mayor predicamento. En Estados Unidos se puso en marcha el llamado New Deal, encabezado por el presidente Roosevelt, y en Inglaterra se difundieron las ideas del economista John Maynard Keynes. No fueron los únicos casos. En Colombia, por ejemplo, se aplicaron políticas contracíclicas basadas en el aumento del gasto público y en Brasil y Argentina se crearon, entre otros instrumentos de política económica, las juntas reguladoras de la producción. Florecieron también los tipos de cambio múltiples y se ensayaron reformas tributarias que apuntaban tanto a dinamizar el consumo y la demanda interna como a morigerar las desigualdades sociales. Con la segunda guerra mundial el cambio se consolidó. Frente a la destrucción y el caos –y con una URSS en plena expansión en el Este de Europa–,  las ideas intervencionistas se afirmaron en muchos países como un nuevo paradigma económico. Surgieron así los llamados Estados de Bienestar y se iniciaron los años dorados del capitalismo, sostenidos en altas tasas de crecimiento e inversión y, al mismo tiempo, en mayores niveles de integración social e igualdad económica. Una fórmula que se mostró enormemente exitosa tanto para reconstruir Europa como para frenar el avance comunista. 

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