A fines del XIX, en las ciudades de Rosario y Buenos Aires, surge un movimiento dentro del catolicismo cuyas acciones se dirigían a captar la clase obrera y tenían como fin combatir a las izquierdas. La Dra. María Pía Martín, investigadora del ISHIR (CONICET-UNR), aborda este fenómeno en su libro “Los católicos y la cuestión obrera”.

Dra. María Pía Martín
Probablemente todos y todas conozcamos algún Círculo Católico de Obreros en nuestra ciudad, o bien hayamos oído acerca de alguna Liga Cristiana. Se trata de iniciativas lanzadas y concretadas en el contexto de fines del XIX y comienzos del XX, que son trabajadas por la investigadora María Pía Martín en su libro de reciente publicación “Los católicos y la cuestión obrera”, cuya producción es parte de la tesis de doctorado que defendió en el año 2012 y que algunos años después, a partir de la invitación del Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las Izquierdas (CEHTI), fue publicada en formato de libro como parte de la Colección Archivos, que dirige el Dr. Hernán Camarero.
“En principio el libro es de interés para un público especializado -quienes hacen historia de la Iglesia y su laicado- por tal motivo tiene la pretensión de realizar un abordaje en cierto sentido totalizador respecto de prácticas, asociaciones e ideología del catolicismo social argentino entre 1892 y 1919, aunque desde una perspectiva local-regional de carácter comparado. En realidad, en su formato de tesis, este trabajo ya circulaba en ciertos ámbitos donde se investigan estos temas. Pero, asimismo, creemos que es útil para quienes trabajan el movimiento obrero en ese periodo, porque pone el foco en las iniciativas católicas en relación al mundo del trabajo, sus conflictos, polémicas e, incluso, su experiencia a partir de la interacción con sectores de la izquierda obrera, tanto como puede ser de incumbencia para investigadores que provienen del campo eclesiástico” indica la Dra. Martín con respecto a su trabajo, que aborda el origen y desarrollo del catolicismo social en la Argentina y, en particular, estudia las ideas e iniciativas que durante el tránsito del siglo XIX al XX se dirigían a las clases trabajadoras e, incluso, a confrontar con el naciente movimiento obrero, en las ciudades de Rosario y Buenos Aires.

Actividades para las clases trabajadoras
“El catolicismo social, también podría decirse, la corriente social que surge dentro de la Iglesia Católica europea durante el siglo XIX, ingresa a la Argentina a fines del mismo con una primera experiencia de Círculos de Obreros en la década de 1880 de la mano de José M. Estrada y con una especie de refundación de los círculos de obreros por iniciativa de un sacerdote extranjero, Federico Grote, a comienzos de los `90. A partir de ahí se empiezan a crear otros círculos en todo el territorio nacional” indica Martín.
“En la primera mitad de la década de 1890 el país transitaba una crisis económica, mientras estaba inmerso en un proceso de transformación o reestructuración capitalista más amplio, que colocaba a la Argentina en el mundo, sobre todo mediante sus exportaciones y, a la vez, experimentaba el ingreso masivo de inmigrantes, sumado a capitales e inversiones extranjeras. Estos fenómenos hicieron pensar a Federico Grote y a algunos dirigentes católicos, que el país se encontraba potencialmente expuesto al peligro de la cuestión social -y su correlato, la cuestión obrera- que era un hecho presente en Europa desde varias décadas atrás. El anarquismo y el socialismo ya existían en Argentina para cuando se iniciaron las actividades del catolicismo social, crecían y se consolidaban, ante todo el anarquismo, un movimiento muy influyente en la clase trabajadora de los primeros años del siglo XX. La idea de los católicos que seguían a Grote era combatir fundamentalmente a las izquierdas, pero para el catolicismo sería ese anarquismo de principios de siglo el enemigo por excelencia” explica la Dra. Martín.
Por su parte, cuenta Martín que, al socialismo –que también a esa altura tenía ya un recorrido realizado- el catolicismo lo miraba desde otra perspectiva, si bien era un enemigo que había que combatir, en algunas cuestiones funcionaban como una especie de espejo. “El socialismo en principio no priorizaba la huelga general y, si bien participaba de ella, era más partidario de las huelgas parciales, propias de cada rubro laboral. A la vez, promovía el cooperativismo, al igual que los católicos, entonces eran enemigos que se enfrentaban como en espejo, dispuestos a disputar en el mismo plano” señala la investigadora.

Manifestación del 12 de octubre. Imagen que pertenece al Almanaque de la Liga Social Argentina de 1914.
El catolicismo social instaló el problema de la cuestión social entre los católicos y fue el motor de diversas iniciativas que movilizaron una nueva militancia católica, cuyo objetivo era cristianizar a las personas. Es decir, la Iglesia, mediante el catolicismo social, pudo llegar en forma progresiva, dentro de un arco temporal relativamente amplio, a sectores de la sociedad que hasta entonces le eran esquivos. Y lo hizo gradualmente, con perseverancia, por ensayo y error, antes de 1930, aunque sus resultados puedan percibirse con más nitidez y más consolidados después de esa fecha, debido a los nuevos contextos que marcaba la creciente proximidad de la Segunda Gran Guerra. Al respecto de esta labor desde abajo, Martín indica “en teoría política se sabe que no se puede gobernar solo por la coerción, se necesita una construcción más consensuada y esta se hace desde la sociedad, no es mediante un solo mecanismo sino mediante muchas estrategias que concluyen en un determinado objetivo”. Y la Iglesia buscó llegar a las clases populares y ensayó múltiples iniciativas para penetrar una sociedad que le era -en muchos sentidos- refractaria mediante recursos diversos que procuraban reeducar a las masas y “acercarlas a Cristo”, en los términos de época.
Existió entonces un arsenal de iniciativas que eran como la contracara de las que promovían las agrupaciones de izquierda, desde el anarquismo y el socialismo hasta el Partido Comunista, cada uno en el marco de su ideología, como por ejemplo, explica Martín: Círculo de Obreros, Liga Social Argentina, Liga Democrática Cristiana y su sucedánea Unión Democrática Cristiana, Círculos de Estudios Sociales, sindicatos católicos, como el de puertos, comercio, tranviarios en Rosario; asociaciones femeninas: obreras de la aguja, Caja Dotal de Obreras, empleadas católicas, conferencias, acción en las parroquias, bibliotecas, espacios y actividades recreativas, mutualidad, escuelas de los Círculos de Obreros (Rosario), cooperativismo entre otros.
El ciudadano católico
“La Iglesia católica interpeló continuamente a los católicos como ciudadanos en términos políticos, pero las propuestas sociales del catolicismo pretendían educar, o más bien reeducar, separarlas de la influencia de la izquierda y del liberalismo laicista, a las masas, a los trabajadores, a las clases populares. Su objetivo era poder transmitir elementos identitarios que tuvieran que ver con el catolicismo, la nacionalidad, la patria y la justicia social” indica Martín y agrega “Fue un largo proceso de construcción de la nación católica antes del 30, que cristalizó en una iglesia más integrista luego de 1930 y en una cultura que asimilaba la catolicidad como componente identitario de la nación argentina, en sentido esencialista. Pero también, supone un llamado al compromiso con lo público, en defensa de los intereses de la Iglesia, y destinado a prohijar iniciativas que condujeran a la reforma social, la cual implicaba un modo particular de reestructurar un Estado fundado en la paz social”.
“El ciudadano ideal para la Iglesia era el ciudadano católico y este es, a nuestro juicio, un componente clave para analizar el mito de la nación católica. Era un ciudadano que más que negar la modernidad, debía cuestionar algunos aspectos de ella, con el objeto de cristianizar o catolizar esa modernidad. Y para ello haría uso de los propios recursos que la modernidad ponía a su alcance en términos económicos, políticos, culturales, como la publicidad, las revistas, los institutos técnicos profesionales y las tácticas de militancia y acción” indica la Dra. Martín.
“Mi investigación partía de pensar que el catolicismo social -y el catolicismo en general- no se construye sólo desde la jerarquía y que esa idea de nación católica no se podría haber logrado en los trece años de la denominada década del 30, sino que hay toda una experiencia previa en la cual la Iglesia actuó de múltiples maneras, con variadas estrategias para ir penetrando la sociedad e ir transformando cuestiones que tenían que ver con lo social, con lo cultural, incluso con formas de entender la participación política, al mismo tiempo que había definiciones institucionales y que no siempre estos mecanismos societales agradaban a las jerarquías, ya que podían generar incluso conflictos internos” señala Martín y explica “La iglesia siempre procura proporcionar una imagen de homogeneidad interna, de armonía, sin embargo es muy heterogénea y muy llena de conflictos, lo que sucede es que el discurso eclesiástico pretende no mostrarlos, no hacer públicas las desavenencias. En el libro se tratan de sacar a la superficie esas tensiones, se trata de mostrar qué pasa por abajo y cómo se transforma o cómo logra la Iglesia situarse y resituarse, usando un discurso que continuamente combate la modernidad, pero apropiándose de herramientas muy modernas, con el fin de cristianizar o catolizar esa modernidad”.

Almanaque de la Liga Social Argentina 1914, Oficina de Publicaciones de la Liga Social Argentina, pág. 58 (sin más datos)
Historia con mirada local
María Pía Martín indica que el libro plantea un enfoque local comparado sobre el tema, con el fin de poner en cuestión una historia pensada como nacional, pero que muchas veces es sólo la historia de Buenos Aires. Tomar dos ciudades puertos como Rosario y Buenos Aires permite analizar las afinidades, pero también las diferencias, por ejemplo, el caso rosarino es más acotado y, en algún sentido, se puede ver la dinámica del laicado católico de una manera particular. La escala local facilita analizar redes, estrategias, particularidades e incluso especificidades étnicas, de clase, a nivel tanto cualitativo como cuantitativo. Al respecto, conviene tener en cuenta que, mientras Buenos Aires, capital y provincia, hacia 1925 contaba con 21 círculos de obreros, Santa Fe solo tenía dos en Rosario, uno desde 1895 y otro creado 1914 (Refinería) y un tercero en la capital provincial.
En cuanto a las afinidades, Rosario y Buenos Aires compartían una economía en crecimiento, vinculada a la agroexportación, contaban con una importante inmigración que supuso el aumento de la población trabajadora y una tendencia a la proletarización, a la vez que existían ciertos márgenes para la movilidad social; en este punto la Iglesia pudo haber sido una vía para esa movilidad a partir de las redes, relaciones y ciertos dispositivos institucionales que también caracterizaron al catolicismo social. Por lo demás, hay especificidades que las distinguen, por ejemplo, procesos como la secularización, estaban más desarrollados en Buenos Aires y Rosario que en otros espacios y provincias, aunque Rosario era una urbe más pequeña y de reciente expansión, que no detentaba el lugar de privilegio que sí ocupó Buenos Aires desde 1810, pero pertenecía a una provincia que contó con iniciativas tempranas que se orientaban a secularizar la sociedad civil y a concretar leyes laicas que emanaran del Estado provincial. En el tránsito del siglo XIX al XX dominaba en la ciudad un clima de ideas liberal, laico y secular, muchas veces con un sesgo anticlerical combativo, tanto entre las elites como en las clases populares. Este libro trata de abordar la respuesta católica a esa problemática a partir de un recorte puntual, el que permite la cuestión social y, dentro de ella, la cuestión obrera.